martes, 19 de enero de 2021

Vacío

Cuando te fuiste, me quedé hueca. Sentí un vacío inmenso, un agujero dentro de mí, como si te estuvieras llevando algo que me pertenecía. Te fuiste y me quedé allí, mirando cómo te ibas, cómo lo abandonabas todo, cómo atravesabas esa muralla que nos habíamos construido juntos. Y me quedé en medio de esa gran fortaleza, sin saber qué hacer con esos muros, pero sin saber tampoco cómo destruirlos.

En realidad, no es que te fueras. Desapareciste. De la noche a la mañana, ya no estabas ahí. Te miraba, pero no había nadie al otro lado. Te gritaba en silencio, pero no me veías. Desapareciste como desaparece una chispa en una hoguera, como se funde un cubito de hielo en el agua. 

No lo entendí. No lo entendí y te odié. O creí que te odiaba. Te miraba y un dolor sordo se me instalaba en el pecho. Y yo me decía que era rencor, que todo pasaría cuando dejara de verte. Y dejé de verte, dejé de mirar a través del cristal empañado, de observar esa figura que eras tú pero no eras tú. 

Y entonces empecé a odiar a cualquiera que me recordara a ti. Al que compartía tu nombre. Al que tenía tus ojos. Al que paladeaba las palabras como tú. Les odiaba porque no eran tú, porque era tu nombre pero no era tu nombre, porque eran tus ojos pero no eran tus ojos, porque era tu voz pero no era tu voz. 

Y volví a verte. Volví a verte y el mundo se me cayó en pedazos. Te vi y me di cuenta de que nunca te había odiado. Y el hueco se hizo más grande, y el abismo más profundo. Y lo comprendí. No, no te odiaba, te echaba de menos. Te echaba tanto de menos que me dolía. Y dejé de poder mirarte, de observar cada paso que dabas, cada palabra que salía de tu boca, cada gesto que me decía “es él, pero no es él”. 

Te perdí de vista, pero ya nada sería igual. No estaba enfadada. No te odiaba. Y pasaban los años y me decía a mí misma que pasaría, que habría un día en que me levantaría de la cama y te habría olvidado. Pero ese día nunca llegó. A veces pasaba buenas épocas en las que casi no pensaba en ti, pero luego un sueño me hacía volver a observar ese hueco que dejaste, ese vacío en mi interior. 

Y empezaba a buscarte a mi alrededor. En los ojos de la gente. En la cadencia de su voz. Te buscaba en los lugares que compartimos, en las canciones que escuchabas, en los olores del verano. Te busqué hasta aprenderme cada trazo de tu nombre, cada pequeña migaja que dejaste en el camino, cada fragmento que recordaba de ti. 

Y te encontré. Y cuando te encontré volví a perderme. Me convertí en la marea que se mueve al compás de la luna. En el girasol que observa fijamente al sol. Esta vez sí que era tu voz la que escuchaba. Eran tus ojos en los que evitaba sumergirme. Era tu nombre el que se me atascaba en la garganta. Y había pasado el tiempo pero no. 

Volví a sentirte. Entendí que nunca te llevaste nada porque fuiste tú el que desapareció. Que el fragmento de mí misma que te llevaste nunca te lo llevaste, que siempre me acompañó porque nunca te olvidé. 

Y ahora que estás tengo miedo a tocarte. A acercarme demasiado. A romperte. A que te deshagas como un copo de nieve. A que te disuelvas como una ilusión.

A que te desvanezcas como el sueño que siempre fuiste.

Hell