jueves, 23 de abril de 2020

Remordimientos

Otros días me siento aliviado. Porque él ya no sufre. Porque yo ya no sufro. Porque ha dejado de existir el día en que la enfermedad se lo llevaría y lo apartaría de mi lado. Porque ese día ya pasó y fue lo bastante horrible. No se despidió, pero sé que murió deprisa. Que apenas sufrió. 
Le prometí que encontraría la cura. Que nos curaríamos y seríamos felices los dos. Y me siento aliviado por no haber podido cumplir esa promesa, porque nunca fuimos demasiado felices. Vivimos durante años en una espiral de necesidad, culpa y gritos tan grande que muchas veces me pregunto si alguna vez llegamos a amarnos, o si tan sólo nos necesitábamos como el oxígeno, o como necesitábamos la heroína con la que nos conocimos. 
Hay días en los que me despierto pensando que lo mejor que hizo por mí fue suicidarse. Y esos días la culpa, transformada en su mirada, me persigue allá donde vaya. 

Así que me levanto y le grito que se calle, que se calle ya, que no tiene derecho a recriminarme nada. Que él lo decidió todo. Que siempre lo decidió todo. Y que yo fui su marioneta, que nunca le importé lo suficiente como para despedirse de mí antes de matarse. 
Y enseguida me arrepiento, porque sé que estoy siendo injusto con él. Que sufrió mucho. Que cuidó de mí. Que me dio un techo y un hogar. Que se lo debo todo. 

Y entonces lloro, preguntándome cómo se puede ser injusto con un muerto.

Sangre